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19.19

Al hablar de grandes personas o momentos es importante utilizar palabras pequeñas. Intentar redundar alrededor de la inmensidad causa que el receptor se sienta mareado y pierda la perspectiva real de aquello que le están narrando. Para el relator es un trabajo complicado, pero es la responsabilidad que conlleva el cargo. A continuación, haré lo posible por usar las palabras más simples, pues voy a hablar de uno de los acontecimientos más grandes que he podido ver.


Durante el verano de 2009, en la ciudad de Berlín, se llevó a cabo el mundial de atletismo. Este evento ocurre cada dos años y normalmente no es muy televisado ni nombrado (en comparación con otros eventos deportivos de la misma importancia), pero en esta ocasión se posicionó en la boca de mucho más personas y más cámaras apuntaron sus lentes a las pista, el responsable: Usain Bolt.

El joven jamaiquino de 22 años aparecía en este evento tras un año antes haber participado en las pruebas de 100, 200 y 4 x 100 metros, habiendo rotó el récord del mundo en cada una, ganando así las tres medallas de oro. Esto elevaba la expectativa en las personas de era posible que repitiera la hazaña de ganar los 3 eventos.


Había una emoción alrededor de este hombre tan grande, que fue suficiente para posicionar al mundial de atletismo como un evento que todos estaban obligados a seguir. Usain Bolt se encargó de sujetar la cara de todas las personas y dirigir sus miradas a las pistas de atletismo para verlo correr y, como efecto colateral, de paso podían ver el resto de las competencias, que algo tenían por ofrecer. Él solo se convirtió en cultura deportiva, e hizo un bien por este deporte más grande que cualquier otro atleta de la época (incluida Yelena Isinbayeva, Johan Blake, Ashton Eaton, Allyson Félix o cualquier otro que se les pueda ocurrir).


El 20 de agosto de 2009 ocurrió mucho más que un evento deportivo en el Olympiastadium, pues ese día la historia del deporte mundial cambió por completo, y nunca regresará a su forma original.

Usain Bolt llegó a la final de los 200 metros planos tras haber rotó nuevamente el récord mundial de los 100 metros unos días antes, corriéndolos en un tiempo de 9.58 segundos. Esto significa que era, sin lugar a duda, el deportista con más confianza de la pista, pues en ese momento no tenía algo que demostrarle a alguna persona. A sus 22 años, en su segundo campeonato mundial, él ya había rotó el récord del mundo 3 veces en los 100 metros, una vez en los 200 y otra en el 4 x 100. Ya era una leyenda. El oro en esta prueba parecía una garantía, lo único que tenía que hacer era correr tan rápido como sabía y una medalla más entraría a su palmarés, al igual que remarcaría con oro su nombre en los libros de historia deportiva.


La sorpresa vino cuando Bolt nos hizo ver que él no estaba ahí por las medallas, ésas le estorban al correr; no iba por la fama, pues ésta es muy grande para cargarla durante la carrera y tampoco iba por el dinero, ése ya lo tenía. Bolt se paró en el tartán azul de Berlín con el objetivo de demostrar que era y será el mejor de la historia, y que el siguiente en la lista, sería él mismo. Él no quería que su nombre se escriba en la historia, sino que se reescriba de tal manera que las personas nunca lo puedan olvidar, y mucho menos sus hazañas.


Con esto en mente, una playera de licra verde y una casaca amarilla, se presentó a la prueba. En su hit no figuraban los nombres de Johan Blake, Tyson Gay, Asafa Powell o Justin Gatlin por lo que todo apuntaba a que sería una carrera segura. Por otro lado, no tendría quien lo presionara, así que sería más complicado para él conseguir una marca similar a la obtenida en los juegos olímpicos de Pekín.


Eso no le importó.


Las cámaras pasaron presentando a cada uno de los competidores y él lucía más tranquilo que nunca, jugaba con el espectador, se metía en nuestras cabezas y nos hacía saber que, si él estaba así de tranquilo, nosotros no tendríamos que preocuparnos.


En sus marcas.


Silencio en el estadio, Usain se coloca en su block de salida, se persigna, señala al cielo. Todo listo.


Listos.


El mundo entero corta la respiración y los corazones de las personas se saltan uno, dos o hasta tres latidos.


Fuera.


Usain tiene un arranque de maravilla, su mayor prueba está superada. Con tan solo 4 segundos de carrera empieza a rebasar a los competidores de los carriles exteriores, la carrera ya es suya.

Al entrar a la recta es que comprendemos todo. Usain Bolt no corre para ganarle a la competencia, sin importar cuál sea ésta, pues él sabía que sea quien sea, lo dejará atrás. Su motivación es él mismo, no necesita algo más.


Se separó del grupo de una manera ajena a la prueba, la diferencia entre él y el resto es digna de distancias de medio fondo, no de 200 metros. La competencia la domina, él marca las reglas.

La gente en el estadio no puede controlar la euforia, el mundo no lo puede creer: Usain Bolt está cruzando la meta solo, sin alguien cercano a él, sin dudas. El foto finish se volvió obsoleto.


De pronto Bolt volteó a ver su objetivo principal: El cronómetro, y se dio cuenta de lo que acaba de lograr.


19.19 segundos.


Otra vez:


19.19 segundos

Usain Bolt, a sus 22 años, volvía a romper el récord mundial de 200 metros planos, ¡Mismo que él poseía!


En un período de 2 años destrozó por 13 centésimas una marca que permanecía inmóvil desde 1996, a cargo de Michael Johnson. En dos años demostró por qué es mucho más que un deportista. En dos años se hizo un lugar en la mesa de los más grandes atletas de la historia. Con sus logros enseñó al mundo por qué correr es mucho más que una actividad; nos dio más motivos para seguir el atletismo y recordar que hay cosas inmensas dentro de lo insignificante, o que quizás aquello que consideramos insignificante, en verdad tiene mucho valor. Quizás lo insignificante no existe y Usain Bolt lo demostró en una pista de atletismo, corriendo como nadie lo ha hecho, y dándonos motivos para sonreír y entender que sus logros, a pesar de ser suyos, los gozamos todos.

Ese día en Berlín, Bolt reescribió su nombre en la historia y, al igual que Napoleón en Reims, se autocoronó, justo como había hecho antes y lo repitió años después en los Juegos Olímpicos, como el mejor de la historia.

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