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La pelea del siglo

Suena la campana por octava vez.

El cielo africano, más oscuro que nunca, no es capaz de descansar. Debajo de él se está llevando a cabo una batalla que parece tomada de los libros de Homero y puesta en escena por dos grandes peleadores. La tensión en Zaire(República democrática del Congo) se puede incluso probar, parpadear es un lujo que sólo los insensatos toman, pues cada segundo de esta batalla ha sido más intenso que el anterior. Dicen que no han pasado treinta minutos de combate, cuando todos sabemos que los segundos en este escenario, no son medida de algo. Einstein dijo que e l tiempo es relativo para las personas dependiendo de dónde se encuentren, pero Muhammad Ali y George Foreman fueron quienes se encargaron de demostrarnos que la teoría de la relatividad es verdad.

Siete episodios han pasado, pero, para las personas observando pareciera que han sido sólo unos segundos. El espectáculo alimenta el espíritu siempre insaciable que no mide y sólo siente, y el sentimiento se traga la experiencia de manera aborasada, sin procesarla.

Por otro lado, los valientes en el escenario tampoco saben que han pasado menos de 30 minutos, en este tiempo han envejecido más que nunca en su vida; se siente el agotamiento en sus piernas, las cuales difícilmente son capaces de sostenerlos y quienes, normalmente acostumbradas a bailar de una lado a otro, ahora se esfuerzan en mantenerse rectas. Para ellos no han pasado 24 minutos, sino que han sentido esta batalla como infinita.

A pesar del agotamiento, el otro sigue en pie, por lo tanto los dos peleadores se vuelven a levantar de sus bancos, e inmediatamente se retoma el caos.

El guerrero de la armadura roja arroja el primer golpe directo al mentón de su rival. El contrincante de blanco no se conforma y contrataca. Cada uno de estos personajes está dispuesto a gastar hasta el último aliento de energía que tengan con tal de saberse vencedor. Ser quien termine con el guante apuntando hacia arriba y con el pleno conocimiento de que todo su esfuerzo valió la pena, es motivo más que suficiente para recibir los golpes del contrincante e ignorar el dolor.

El peleador de rojo aventó su mejor golpe, pero no acertó y éste fue directo a la orilla del cuadrilátero.

De pronto, la realidad golpea a todos aquellos que viven el espectáculo. Mohammad Ali, el mejor boxeador de la historia, no está volando en el escenario. La edad, parece, es el único rival que ha sido capaz de mantener quieto a este hombre. Se le ve más sereno, estático y tranquilo que aquello a lo que nos tiene acostumbrados. Y aún así, el estoicismo se refleja en su ser de manera ejemplar. Se encuentra frente a un joven de 25 años con un hambre infinita y un antecedente reciente capaz de intimidar al más valiente. Aún así, aquí se encuentra Ali frente a frente sin dejarse ver como un igual para su rival; sino que, a pesar de los peros posibles, la especulación y palabrería, se sabe superior, y no dejará que alguien diga, piense o crea lo contrario.

Frente a él se encuentra George Foreman, quien recientemente derrotó a Frazier en dos rounds, noqueándolo seis veces antes de que terminara la pelea y lo declararan vencedor. Este peleador contaba con 37 triunfos consecutivos, los cuales colocaban su nivel de confianza por los cielos, y, tras haber lastimado a su rival y tenerlo, por momentos , estático, parecía que su fantasía se volvería realidad, y saldría del continente africano con el título de nuevo campeón del mundo tatuado en su currículum.

Ali se encuentra en la esquina intentando evitar los golpes de su rival, aunque luce tranquilo, hace pensar a todos que todo está bajo control, mientras que su rival no le quiere dar un segundo de descanso.

Los guerreros son separados, se colocan en el centro del escenario y después llevan la pelea a la otra esquina.

Ali recibe constantemente agresiones de parte de su enemigo y de vez en vez, suelta una respuesta certera, para después, volver a ser agredido.

El cansancio deja huella en Foremman, quien, a pesar de lanzar muchos golpes, no es capaz de herir verdaderamente a su contrincante. La batalla ha sido feroz, y por más que todos los presentes saben que el enfrentamiento va a la mitad y la guerra está en su máxima intensidad, no será posible que dure mucho más. Estos dos peleadores han salido con una actitud pocas veces vista en el mundo real. En este mundo, el de todos los días, el normal; las personas sienten miedo, conocen sus debilidades y toman ciertas precauciones antes de enfrentarse a retos inmensos, pero lo que ocurría en ese escenario no era parte de esta realidad. La pelea que se estaba viviendo el 30 de octubre de 1974, era un acto de surrealismo en su más grande expresión. Era la insensatez y hambre de trascender puesta en una exhibición del espíritu, disfrazada de pugilismo. La exhibición presentada no formaba parte de este mundo, pues los seres que se ahí exhibidos no podían ser humanos. Los humanos cuentan con sentido común; ellos sólo tenían hambre, ambición y talento, y no necesitaron algo más.

Un minuto queda del octavo asalto, Ali continúa en la esquina y su rival no lo deja respirar. Veinte segundos pasan en que Foreman no para de atacar y Ali de recibir. Algo raro ocurre, Ali en verdad se ve bien, cansado en exceso, pero transmite una seguridad que se contagia a todas las personas que, sabiendo que a pesar de estar arrinconado y estar siendo herido una y otra vez, este hombre no se encuentra en verdaderos problemas. A pesar de ello, Ali con el pantaloncillo blanco, sigue sin responder. Vaya manera de transmitir seguridad.

Veinte segundos en el cronómetro, Foreman, de pantaloncillo rojo, se acerca una vez más a Ali, quien, por primera vez en minutos, ataca a su contrincante. Un fuerte golpe a la mandíbula hizo retroceder a Foreman y avanzar a Ali, la gente se pone de pie en sus asientos, los corazones no saben si latir en exceso o simplemente dejar de hacerlo, todo el mundo parece ponerse en pausa, pues el mejor peleador de la historia parece haber despertado, y ahora que el asalto está por terminar y su rival ha gastado toda su energía sin lograr mermar el estado de Ali, el campeón responde.

Usa su brazo derecho una, dos, tres veces hasta que sale de la esquina. Su rival se da la vuelta, sólo para encontrarse con una oleada de golpes de parte de Ali, tres veces conectaron los guantes de Ali con la cabeza de Foreman, y de pronto, quedando once segundos en el reloj, el campeón del mundo arroja su puño derecho directo al rostro contrincante, golpe que regresó a Foreman al mundo real, en que Mohammad Ali, el surrealista, marca las reglas.

Los segundos transcurrieron, esta vez fueron segundos muy lentos para el hombre en pie, quien simplemente caminaba tranquilo, como cazador viendo a su presa después de haber sido capturada.

De pronto el referí grita: 10!

Mohammad Ali alza sus brazos al cielo de Kinshasa, pues acaba de ganar la pelea del siglo.

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