Silbatazo inicial. Oribe toca para Fabian, retrasan el balón, Jiménez la toca hacia Mier, pase a Reyes quien retrasa a Corona, el portero la rompe y el balón llega hasta el medio campo; Fabian persigue y presiona el balón, la tienen los brasileños, toque hacia el centro, Aquino puntea, le cae el balón a Oribe a las afueras del área, voltea hacia la portería, dos pasos, se acomoda, saca el tiro…
En 27 segundos se cambió la historia.
Juan Villoro ha señalado que “A pesar de las cosas que envilecen al fútbol actual, como corrupción, explotación económica, dopaje, racismo y xenofobia, el fútbol ha podido mantener y renovar la capacidad de asombrarnos.”
La selección varonil mexicana de futbol legaba a la justa olímpica, nuevamente, inmerso en una serie de escándalos surgidos tras la Copa América, con declaraciones de jugadores que fueron cortados de lista final bajo una serie de cuestionamientos que versaban sobre si Tena tenía la capacidad de dirigir a un equipo en un evento tan importante. ¿Por qué Raúl Jiménez se sumó a la lista de último momento? ¿Por qué Corona y no Ochoa? ¿Por qué un delantero como Oribe que ni siquiera era figura en la liga mexicana o Giovanni que era más conocido por sus fiestas que por su futbol? ¿Esta vez la historia de la eliminación se repetiría en la fase de grupos, o al menos se alcanzaría a llegar a la siguiente fase?
La joven selección mexicana llegaba inmersa en críticas y cuestionamientos, sin embargo, lo hacía sin la presión por satisfacer las expectativas de aficionados y terceros. No se esperaba nada más que un nuevo fracaso que quedaría marcado en nuestra historia. Sin embargo, este grupo estaba formado por un grupo de futbolistas que tomó las críticas como fortalezas, que parecía jugaba por vocación y no por obligación, y con un único objetivo: trascender.
La derrota en la fase de grupos no hizo más que reafirmarle a la gente que este grupo repetiría la historia del fracaso, aunque los jugadores lo tomaron diferente, pues esa sería la única derrota que se permitirían tener en el torneo. Así lo demostraron en los juegos siguientes, y poco a poco provocaron que, como ya es costumbre, los aficionados mexicanos comenzáramos a creer en aquellos hombres en shorts que pateaban un balón.
Llegó así el partido de cuartos de final contra Senegal. Victoria. Le siguió el partido contra la selección Nipona. Otra vez la victoria. México garantizaba salir de Wembley con una medalla colgada en el cuello, aunque se aseguraba que ésta sería plateada y la dorada quedaría en manos de la selección brasileña, encabezada por un bailarín llamado Neymar.
El juego comenzó como un sueño. Anotarle un gol a la selección brasileña, en una final olímpica, con tan solo 27 segundos en el cronómetro, resultaba demasiado bueno para ser cierto. Era inevitable pensar que el himno nacional mexicano sería escuchado en la “Casa del Futbol” al terminar el encuentro. Sin embargo, se sabía que el rival no iba a bajar la cabeza y que, así como México le hizo uno, ellos podrían hacer 1, 2 o 3.
El cronómetro sigue avanzando y, consigo, diversas llegadas de Brasil encabezadas por Neymar, Oscar y Marcelo que parecía tener facilidad por llegar a línea de fondo. Reyes, Corona, Mier y Salcido se encuentran muy ocupados salvando desde atrás. La presión brasileña continúa y el empate parece estar cerca. Sin embargo, hay momentos de exaltación mexicana cuando, tras unas descolgadas, el segundo gol se ve cerca y más aún, después de que el balón toca el travesaño tras de una chilena de Fabian o con ese cabezazo que se fue apenas por encima de la portería. Sigue el partido, más llegadas, más gritos y más nerviosismo. Tiro libre desde la banda derecha, lo cobra Fabián. Hay movimiento en el área, parece una jugada de basquetbol con una pantalla indirecta, Oribe queda libre, se levanta, cabezazo…. Gol de oro.
Wembley vivió lo que pocas veces ha provocado el equipo mexicano: el minuto 90 estaba cerca y no se escuchaba el ya famoso “sí se puede…” sino un Cielito Lindo que salía desde el corazón de los mexicanos. Parecía que el cuarto árbitro salía a admirar al público, pero en realidad salía a anunciar los minutos del tiempo de compensación. Llegaban esos minutos que aparentan ser eternos cuando uno se encuentra arriba en el marcador y se perciben como un instante fugaz para quienes aún se encuentran luchando por empatar la pizarra.
En la tribuna el canto continuaba y el festejo mexicano comenzaba. No obstante, como toda buena historia, el dramatismo debía estar presente y debía de haber un villano. En esta ocasión no fue la excepción. Hulk había hecho ver su superioridad física en diversas ocasiones a lo largo del juego, pero no fue hasta que el jugador mexicano dejó de lado su arma más importante hasta ese momento – la mentalidad – que nuestro entonces villano hizo su aparición. Gol de Hulk en tiempo de compensación.
El estadio se silenció. Los recuerdos surgieron y un golpe de realidad impactó a los mexicanos: No estamos acostumbrados a ganar. Lo que hasta ese punto había sido un momento extenso de celebración, se convirtió en un momento de imploración para que Clattenburg diera el silbatazo final. Éste no llegaba, pero los segundos restantes en el reloj cada vez eran menos, 20, 19, 18… Comienzan nuevamente los festejos en la banca mexicana mientras dentro de la cancha Brasil domina el balón. Hulk llega a línea de fondo, tira un centro… 14, 13… Oscar aparece solo en el área chica, el estadio se queda en silencio, los corazones de los mexicanos se detienen durante un segundo… 12, 11, el balón se va por encima del travesaño.
Wembley escucharía el himno mexicano.
Londres 2012 parecía cambiaría la historia para los aficionados mexicanos. El canto lastimero del “sí se puede…” fue reemplazado por uno de fiesta, uno que brinda confianza a cualquier mexicano y más si éste es cantado por personas portando un gran sombrero de mariachi. Hasta ese momento México aparentaba ser un país chico - futbolísticamente hablando – que soñaba en grande pero que, tras conquistar Wembley, había dado el paso a ser un país grande soñando en grande. Sin embargo, esto no sucedió y la historia que vimos con las selecciones menores tras Perú 2005 o México 2011 se repetía: el canto de fiesta no podía prolongarse. La fiesta y esperanza únicamente eran objeto de un evento que parece se esfuma cuando los jugadores regresan a los vestidores del estadio. La grandeza mexicana quedó atrapada en el estadio de Wembley y en el orgullo de los brasileños. El canto del “sí se puede” ha vuelto a escucharse y a ser emblema del aficionado mexicano en todo partido; hemos regresado a ser chicos y querer soñar en grande.
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