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Caster Semenya, la última vez

En agosto de 2009, en Berlín se llevó a cabo el mundial de atletismo. A lo largo de este evento ocurrieron logros atléticos de gran importancia, entre los cuales se encuentra la final de 800 metros planos en la categoría femenil.

Esta final fue especial por la manera en que se llevó a cabo. Empezó con un grupo compacto como suele ocurrir en este tipo de pruebas, y tras finalizar la primer vuelta en unos sorprendentes 56 segundos, la delantera la tenía la corredora Caster Semenya de Sudáfrica, seguida por Jepkosgei de Kenia y Krevsun de Ucrania. Poco a poco la sudafricana se comenzó a separar, y al faltar 150 metros, volteó sobre su hombro rápidamente, y fue que vio, o más bien, no vio a nadie cerca de ella. Aceleró el ritmo aún más conforme se acercaba a la recta final, y cruzó la meta con una ventaja superior a dos segundos con respecto a la competidora en segundo lugar. Su tiempo fue de 1:55:45, mismo que se colocaba como la marca líder del año, récord juvenil y nacional sudafricano y mejor marca personal por 4 segundos.

Fue una victoria apabullante por parte de Semenya, la cual habla por sí sola del nivel de atleta de quien estoy escribiendo.

Este logro lo realizó teniendo 18 años, lo cual deparaba un futuro brillante para esta deportista, mismo que fue una realidad. Esto lo digo porque, en 2011, obtuvo medalla de plata en el campeonato mundial de Daegu, en Londres 2012, ganó la medalla de oro tras la descalificación de la rusa Mariya Savinova; en los juegos olímpicos de Río, se colgó de nuevo la medalla de oro; en 2017 volvió a proclamarse campeona mundial. Tres campeonatos del mundo y dos medallas olímpicas son sólo una parte de los logros sumados por esta atleta.

Me gustaría poder hablar un poco más sobre la increíble carrera de esta corredora utilizando cientos de adjetivos para intentar describir la magnitud de sus hazañas, así como la manera en que se desempeñó, , pero en esta ocasión, me temo que no lo haré. Pues el caso de Semenya es, si bien no único, particular.

Tras finalizar la competencia de Berlín en que se alzó con la victoria de manera impresionante, a la competidora le empezaron a llover acusaciones que afirmaban “ella no es una mujer” y por lo mismo no era justo que compitiera contra mujeres. Tenía ventaja.

Ante tales comentarios, la IAAF (International Association of Athletics Federation) puso cartas en el asunto y llevó a cabo diversos estudios sobre la deportista, con el objetivo de comprobar la “legitimidad” de su género. El Daily Telegraph publicó en 2009 un informe que menciona que la sudafricana no posee ovario ni útero y en su lugar tiene testículos internos. Esto ocasiona que tenga niveles de testosterona por encima de lo normal.

A partir de ello, dentro de la IAAF se llevaron a cabo numerosos debates y resoluciones sobre qué medidas deberían aplicarse con la deportista. Aunado a esto, se realizaron estudios para comprobar el efecto de la testosterona en atletas de alto rendimiento y cómo es que éste puede beneficiar o no a los competidores. Dichos resultados fueron inconclusos, pues en algunas pruebas de atletismo(9 de ellas), se probó que dan mejores resultados atletas con menores niveles de testosterona.

Todo este movimiento que se generó alrededor del caso Semenya llevó a la IAAF en 2018 a declarar que cualquier atleta mujer con niveles de testosterona por encima de 5 nanomoles por litro, no podría participar en las pruebas de medio fondo de pista. Esta norma entró en vigor en marzo de 2019, obligando a la campeona del mundo a retirarse de las pistas de manera definitiva.

La clasificación de género en un sistema binario es un tema que en la actualidad ha hecho levantar cientos de cejas, iniciar discusiones, causar conflictos y, finalmente, ha desaparecido para dar lugar a un mundo en que la identidad de género es quien tiene la última palabra.

Estos conflictos, de manera sorprendente, rara vez tienen cabida en el mundo del deporte. De manera sorpresiva porque, a la hora de hablar sobre el desempeño de los atletas, el género es un factor que no se puede tomar de lado. Es por este motivo que prácticamente todos los deportes se separan en sus categorías varonil y femenil, o en dado caso, mixtos, pero muy pocas serán las ocasiones en que veamos enfrentarse directamente a un hombre y una mujer en el mismo evento. Esta clasificación binaria tiene mucho sentido, ya que los principios en que se sustenta son biológicos, y éstos mismos son quienes han aportado cierta “justicia” al deporte a lo largo de la historia.

Aunque existe el caso de Semenya, y junto con ella, estoy seguro que hay muchos otros atletas cuya fisionomía no forma parte de esta dicotomía “convencional”. Su cuerpo no se adapta a los estándares convencionales o a la normatividad que las instituciones crearon para categorizar el género de las personas que pueden o no formar parte de cierta actividad, o en este caso, competencia. ¿Y de quién es culpa?

De nadie.

Controlar las características físicas con las que nace un ser humano es una actividad que, por más que quisiéramos, no está del todo en nuestro control. El principio biológico deportivo encontró personas viviendo en un hueco legal, un limbo o zona gris que no estaba contemplado, y en donde, de la misma manera, no lo están las personas dentro de él.

La normatividad deportiva no halla en sus palabras y reglas la justificación o cabida para aquello que la biología determina, y mientras las sigue buscando, los atletas continúan en su zona gris, abandonando temporal, o de manera definitiva, sus anhelos y siendo señalados como un punto y aparte natural dentro de los estándares deportivos.

La ambivalencia sexual a que se enfrenta el mundo contemporáneo, ya sea por identificación de género o por características biológicas, es una realidad que no debe ser ignorada o pasar inadvertida por las comisiones reglamentarias.

El mundo deportivo se enfrenta ante un reto gigantesco, la biología no sólo ha demostrado que en el mundo existen más géneros que aquellos que se tienen escritos en los registros, sino que la diversidad sexual es un tema que cada día cobra más fuerza y relevancia en el contexto internacional, por lo que nuevas normas, parámetros y condiciones deben ser adoptados. La justicia deportiva no puede conocer excepciones de algún tipo, y la importancia a este tema debe ser prioritaria. No hay espacio para áreas grises ni dudas de legitimidad deportiva derivadas de cuestiones de género.

El caso de Caster Semenya debe marcar el último precedente de una carera deportiva detenida por estos motivos, y de esta manera estaremos seguros que al momento de hablar sobre atletas tan exitosos, no enfocaremos nuestra atención en las hormonas dentro de su cuerpo, sino en las medallas sobre su cuello.

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