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¿Por qué el deporte?

La significación consiste en el valor, uso o representación que le damos a objetos o hechos de la realidad. En ella encontramos (o no) sentido al mundo. Y a pesar que las significaciones son conceptos universales, varían de acuerdo al contexto en que estén, e incluso, a las personas que las mencionen. “El discurso es abierto e incompleto en el sentido de que al ser relacional diferencial e inestable, es siempre susceptible de ser ligado a un nuevo significado..”[1]

Y aparece el deporte.

Fuera del mundo deportivo parece existir una constante dualidad causada por los diferentes significados otorgados al deporte por las personas. Un pleito de nunca acabar que llega a confundirse con el fanatismo contra escepticismo. Es como si las personas interesadas en el deporte tuvieran puestos lentes con un nivel de graduación, tono o dureza diferentes, que les permiten ver algo que no está. Donde una persona ve a gente corriendo muy rápido en la calle; la otra, al verlos, no deja de gritar y alentar a los deportistas, quienes respetan una estrategia específica de acuerdo a su físico, entrenamiento y desempeño; y al hacerlo, consiguen logros de características sobrehumanas.

Resulta curioso cómo es que, para muchas personas, los eventos deportivos son los más importantes o asombrosos del mundo, mientras que para otras resultan casi irrelevantes. ¿Es posible?

La capacidad de impresionar no debería ser elemento de debate, es o no. Las características y relevancia de los acontecimientos, son argumentos suficientes para hacer a todo quien lo presencia, o al menos observa, comprender el valor del mismo.

El debate entra cuando se pone en cuestionamiento la relevancia, pues justo ahí las personas difieren, el significado varía y el interés que puede o no derivar del deporte, puede quedar en riesgo.

No escribo este texto para plantear lo interesante que resulta esta dualidad, sino que dentro de esta diferencia de opiniones, cuento con una postura, y quiero defenderla.

La existencia de eventos deportivos que permiten a las personas separarse por completo de la cotidianidad, a un lugar real con reglas simples, pocos específicos y tiempos definidos; los convierte en elementos de la vida con la posibilidad de generar poco interés.

En una realidad compleja, fuera del deporte, llena de reglamentos tan elaborados que existen personas especializadas en su estudio; que se presente un espacio en que nada de eso parece tener cabida y nos quiera distraer de lo verdaderamente “relevante” de este mundo, parece una tontería. ¿Por qué alguien desperdiciaría horas completas, e incluso se despertaría a la madrugada para ver a personas saltar de una plataforma a una fosa de agua? Simplemente no luce como que quienes dedican tiempo, palabras, emociones y dinero en el deporte, tienen en orden sus prioridades.

Y es cierto. Los actos deportivos no cuentan con la seriedad o complejidad que sí lo hace el mundo ordinario. Cualquier persona los puede practicar, y no se requiere, en la mayoría de los casos, una gran cantidad de recursos para acceder a ellos.

Practicar un deporte es la actividad más cercana que tienen ordinariamente los adultos a jugar. Sea que se realice de manera profesional, o recreativa, existe un sentimiento de diversión, competencia, de no querer que termine; de alegría exacerbada con el triunfo y tristeza inconsolable en la derrota. Es el espacio donde vemos a adultos y entrenadores hacer berrinches como niños pequeños, y de la misma manera, a personas abrazarse con la intensidad y regularidad de los chiquitos.

Las muestras públicas de afecto y desprecio exacerbadas, tienen cabida dentro de las novelas, el aeropuerto, los niños y el deporte.

Los actos deportivos no cuentan con la seriedad ni complejidad del mundo de verdad, y qué bueno que no lo hagan. Qué maravilla que exista un espacio libre de formalidades, tecnicismos, modos y dificultades, al que se puede recurrir en cualquier momento. Qué dicha saber que a pesar de ya no ser una niña o niño y estar sometidas y sometidos a un régimen impuesto por la realidad, todos los días tenemos la oportunidad de decidir dedicar nuestro tiempo (o parte de él), atención y emociones a jugar, o ver a personas jugar. Qué paz saber que todo el enojo y frustración sentidos en las próximas horas, estarán siendo causados por el desempeño de personas patinando en hielo, o esquiando o jugando con un balón. En esta realidad que vivimos, generalmente gris y formal, aparece una alternativa que nos hace saber que no todo tiene que ser tan serio ni exacto.

El tono grisáceo de la mundanidad quiere inmiscuirse en este espacio de colores y banderas; pero por muchas vueltas que se le quiera dar, por más complejidades que se alineen y tomen turno para lograr la adulteración del espacio deportivo, la realidad es que, cuando la o el deportista dan su primer paso, o realizan su primer movimiento, todo queda de lado. El mundo real pasa a otro plano, y nos convertimos en parte de un gran juego.

Dentro del mundo de las pelotas, saltos y sudor, no hay oportunidad para priorizar elementos ajenos. Y a pesar de ser un negocio que en ocasiones busca lucir más como empresa que como espacio recreacional, sabe que no lo es. Es una apariencia que llega a tomar pero no define su esencia. El poder económico no tiene la fuerza suficiente para hacerse protagonista deportivo. Y no la tendrá.

Eduardo Galeano dijo con respecto al fútbol “Se sospecha que el Sol es una pelota encendida que durante el día trabaja y en la noche brinca allá en el cielo, mientras trabaja la Luna; aunque la ciencia tiene sus dudas al respecto. En cambio está probado, y está probado con toda certeza, que el mundo gira en torno a la pelota que gira”. Siguiendo su analogía, nuestro mundo lo hacemos girar alrededor del juego, y no del excesivo mal de tomarnos las cosas muy en serio. Vivir alrededor del patio de juegos presentado a nosotros por las diferentes formas que puede tomar el deporte, es vivir jugando, felices.

Porque estamos en un mundo loco y ruidoso y el deporte no busca más que trasladar esa locura de las calles a las pistas, canchas, campos o albercas; y convertir el ruido de la ciudad, en gritos de pasión. De pronto, atravesar una línea en un tiempo específico, tocar una pared, escalar o sortear obstáculos, se vuelven el centro de la existencia. En un momento los relojes paran, y toda la atención del mundo, nuestro mundo, se concentra en ver a personas exigir sus habilidades físicas y mentales a un extremo tal, que el resultado obtenida es inimaginable. Al admirar al deporte y a los deportistas, no solo se está apostando por maravillarnos por lo simple y descomplicado, sino que lo hacemos por lo inmensos y sorprendentes que resultan los logros que sus habilidades les permiten conseguir. Incluso cuando a simple vista, estos logros luzcan como un grupo de personas corriendo detrás de un balón, o hacia una línea marcada en la tierra; son suficientemente grandes y magníficos que dan sentido a la vida. En esa sencillez hay tanta alegría y emoción, que sería ilógico no querer formar parte de ella.

En el mundo complejo y alocado que construimos, saber que existe una opción capaz de hacerme jugar en todo momento, y al hacerlo, podré disfrutar cada segundo sin preocuparme por algo más que intentar ganar, o ver a quien apoyo ganar, es un algo que siempre me hace sonreír. Al fin del día, ése es mi significado del deporte.

[1] Análisis de discurso y educación, Buenfil Burgos Rosa Midia, p.7, 1991.

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