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México 1968

En Octubre de 1968 se iban a celebrar los Juegos Olímpicos con sede en México, específicamente en la Ciudad de México. El privilegio le fue asignado al país tras haber sido rechazado como anfitrión en dos ocasiones anteriores, ya que esta vez las cosas eran diferentes. México en esta época se encontraba en una posición económica privilegiada a la cual se le nombró como “El milagro mexicano”, tiempo durante el cual, el PIB creció un 6% promedio anual. Los Juegos Olímpicos en México representaban mucho más que otra edición de la justa deportiva de mayor importancia, pues iban a ser los primeros juegos que: Serían llevados a cabo en un país hispanohablante; serían llevados a cabo en un país en vías de desarrollo; primeros en Latinoamérica; en tener controles antidopaje; en ser televisados; así como los primeros en que las pistas de tartán serían utilizadas para las pruebas de pista en atletismo. El país anfitrión asumió su responsabilidad y realizó todo lo necesario para que el evento ocurriera sin contratiempos:

Se construyeron dos villas olímpicas, el Palacio de los Deportes, la Pista Olímpica de Remo y Canotaje, el Velódromo Olímpico Agustín Melgar, la Sala de Armas, la Alberca Olímpica Francisco Márquez, el Polígono Olímpico de Tiro, y el Gimnasio Olímpico Juan de la Barrera. El presupuesto para mejoras, de parte del gobierno federal, llegó a $84 millones, mientras que la inversión privada fue de $75 millones. Aunado a esto, hubo inversión en el sistema de Transporte Público, acondicionamiento de instalaciones ya construidas, y siembra de áreas verdes. El escenario estaba iluminado, la capital mexicana se colocaba como el actor principal de la obra y todo estaba listo para que esos Juegos trascendieran y sucedieran como uno de los mejores de la historia. Aunque hubo un detalle que el Comité Organizador no tomó en cuenta.

El 22 de Julio de 1968, en la Ciudadela, se llevó a cabo un enfrentamiento entre estudiantes de la Preparatoria Vocacional 2 y los de la Preparatoria particular Isaac Ochoterena. Al día siguiente el enfrentamiento continuó cuando estudiantes de la Ochoterena apedrearon la Vocacional 2. Las riñas fueron interrumpidas por miembros de la policía, quienes hicieron un uso desmedido de la fuerza y reprimieron a los involucrados de forma bastante agresiva y brutal. A partir de esto surge un interés de parte de los estudiantes de estas instituciones en alzar la voz en contra de las injusticias acontecidas por parte del sistema de seguridad mexicano, el cual reprimía a través de la fuerza a toda manifestación de parte de la sociedad.

El 29 de julio, la policía junto con el ejercito fueron a las afueras de la Preparatoria Nacional y del IPN (Instituto Politécnico Nacional) con una bazooka, y dispararon a la puerta de los Institutos. Varios planteles de la Escuela Nacional Preparatoria fueron tomados por las fuerzas públicas y muchos estudiantes fueron detenidos y enviados como presos políticos a la penitenciaria de Lecumberri.

El descontento nacional ante la represión y el uso de la fuerza se incrementó, y al día siguiente, el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra izó la bandera nacional a media asta, en señal de luto. Con esto, las Preparatorias 2, 3 y 5, la UNAM y la Vocacional 5 del IPN, entraron en paro catedrático.

El primero de julio el rector encabezó una manifestación estudiantil desde Ciudad Universitaria en protesta.

Los estudiantes elaboraron un pliego petitorio para el gobierno de la ciudad, en el cual se pedían los siguientes puntos:

  1. Libertad a los presos políticos

  2. Derogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal Federal. (Instituían el delito de disolución social y sirvieron de instrumento jurídico para la agresión sufrida por los estudiantes)

  3. Desaparición del Cuerpo de Granaderos

  4. Destitución de los jefes policíacos

  5. Indemnización a los familiares de todos los muertos y heridos desde el inicio del conflicto

  6. Deslindamiento de responsabilidades de los funcionarios culpables de los hechos sangrientos.

El 13 de septiembre se llevó a cabo una manifestación bautizada como “La marcha del silencio”. Ésta consistió en una caminata que inició en el Museo Nacional de Antropología, y durante la cual los participantes no hicieron ruido con el objetivo de demostrar que estaban descontentos y querían cambios, pero en su búsqueda no llevarían a cabo alguna provocación a las autoridades. Este movimiento congregó aproximadamente a 250 mil personas que terminaron la marcha en el zócalo capitalino, acto que tenía como objetivo denotar lo importante que era atender sus inconformidades.

El 18 de septiembre, el ejército nacional ocupó la Ciudad Universitaria, situación que se prolongó por 12 días.

Los días pasaban y los Juegos Olímpicos estaban cada vez más cercanos, La Ciudad de México se encontraba en medio de un conflicto social de magnitudes colosales, y el gobierno no era capaz de tener todo bajo control para poder cumplir la promesa que se le hizo al Comité Olímpico Internacional que todo saldría bien y las circunstancias estarían bajo control. El evento más relevante en la historia del país iba a iniciar, y el anfitrión no estaba listo.

Los movimientos y enfrentamientos continuaron, hasta el 2 de octubre. El Comité Nacional de Huelga congregó una protesta en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, para protestar. En esta marcha se escuchaban gritos como “¡No queremos olimpiada, queremos revolución!”. Todo parecía que se llevaría a cabo de forma exitosa para los estudiantes en huelga. Pero alrededor de las seis de la tarde, poco antes de dar por concluido el evento, un helicóptero sobrevoló la zona y activó cuatro bengalas de color verde. En este momento, miembros que se encontraban dentro del movimiento, distinguiéndose a simple vista entre ellos por traer un guante blanco en la mano izquierda, sacaron sus armas y empezaron a disparar a los manifestantes.

Los civiles estaban rodeados, en los edificios aledaños se encontraban grupos de francotiradores que disparaban a los manifestantes.

30 Minutos duró el ataque. 30 Minutos de incertidumbre total, de miedo, gritos y desesperanza por parte de las personas presentes. Aquello que los protestantes reclamaban, el motivo por el que estaban molestos e intranquilos, se hacía presente frente a ellos en una magnitud colosal. El monstruo se presentó y terminó con todo lo que vio a su paso.

30 Minutos de terror, tras los cuales llegó un silencio que duró lo suficiente para que los Juegos Olímpicos del 68 se llevaran a cabo sin contratiempos ni disturbios. Fue un silencio absolutode parte de los medios de comunicación, la prensa internacional y sobre todo, el Gobierno Nacional.

Se dice que el número de muertos, al día de hoy, no se conoce con exactitud, pero se calcula que fueron entre 300 y 500.

10 Días después, en el Estadio Universitario, el pebetero olímpico era encendido, por primera vez, por una mujer (Enriqueta Basilio); y el presidente Gustavo Díaz Ordaz declaraba como iniciados los Juegos Olímpicos, mismos que bautizaría como “Los Juegos de la Paz”.

En este punto me encantaría hablar de lo bien que resultaron los Juegos en el aspecto deportivo, de cuántos récord se batieron y las anécdotas y recuerdos que dejaron para la posteridad, pero eso no tiene importancia.

Los Juegos Olímpicos, el evento más grande realizado para conmemorar al deporte a nivel mundial, no deberían están por encima de las personas, bajo ninguna circunstancia.

El deporte es una de las mejores actividades que tiene el ser humano. Es tan relevante para nosotros, que se ha vuelto un aspecto inmenso en la manera de vivir contemporánea, por ello es que no se puede dejar de lado el aspecto político, social y económico que van de la mano de tan importante actividad. Pero, a pesar de las horas de televisión, palabras escritas, dólares invertidos o camisetas compradas, no podemos perder de vista que al final, todo se reduce a un grupo de seres humanos desempeñando al máximo su potencial físico para alcanzar objetivos.

El Gobierno mexicano no sabía esto. Para él lo más importante era la imagen nacional y los beneficios que traerían los Juegos al país, que serían muchos. Para el Gobierno mexicano los atletas cumpliendo sus metas y objetivos no era los relevante a la hora de llevar a cabo los Juegos, si así hubiese sido, se hubieran dado cuenta que no son algo tan grande, o por lo menos, no lo suficiente para quitar una vida humana, menos 300.

Los Juegos Olímpicos de la Ciudad de México fueron el estandarte bajo el cual el gobierno mexicano justificó sus atrocidades. La preocupación de la importancia del evento fue tal, que olvidaron preocuparse por todo lo demás, y lo importante fue acabar con los problemas más cercanos, apagar los fuegos próximos. Por ello es que la Ciudad Universitaria, donde apuntarían todos los reflectores, debía ser un lugar de orden y prudencia. No había cabida para descontentos sociales o paros universitarios en vísperas olímpicas ¡Eran tiempos de celebración! Y así lo debía ver el mundo.

La inconformidad social e injusticia nacional eran manchas en el parabrisas olímpico, y quién mejor que el Batallón Olimipia (los militares con el guante blanco) para quitarlas de la vista. Se le dio más importancia a los Juegos de la que merecían, y por ello, quedaron manchados en sangre de inconformes que quisieron ser olvidados pero la sociedad mexicana no lo permitió. El máximo evento deportivo fue puesto por encima de la vida humana, error imperdonable.

El escritor Jorge Valdano hablando de fútbol, dijo: “es lo más importante entre las cosas menos importantes”, y lo mismo para el deporte en general, ojalá lo hubieran entendido en el 68.

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