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Una mujer en el deporte

Soy una mujer a la que, quienes me conocen, rápidamente pueden asociar con el deporte. Desde muy temprana edad tuve contacto de manera formal con éste al inscribirme a mi primer curso de natación con el objetivo de aprender a nadar. Debo decir que la natación nunca fue ni ha sido mi fuerte; por ello no permanecí ahí más del tiempo requerido tras haber alcanzado el objetivo. Habiendo cumplido con éste, incursioné en el ámbito del Tae Kwon Do, mismo que, tras un sinnúmero de patadas, golpes y diferentes competencias me enseñó lo que es la disciplina y que hay recompensas por el trabajo realizado.


A los siete años tomé la decisión de explorar mi suerte en otro deporte, mismo que hoy en día me ha dado más de lo que yo le he podido dar a él, que me ha formado, enseñado, acompañado, tirado y levantado: el básquetbol. No sé si se deba a las compañeras de equipo que he tenido a lo largo de los años, a los grandes entrenadores que me han enseñado, o al deporte en sí, pero éste se ha convertido en una de mis pasiones, provocándome que sea imposible alejarme del mismo a pesar de estar lastimada, con varios pendientes académicos, de tener que levantarme a las 5:00 am para ir a jugar o bien, de haber dormido pocas horas derivado de haber jugado la noche anterior. Incluso no lo he separado de mi vida laboral, pues ahora trabajo directamente relacionada con el mismo, juntando así el Derecho y mis conocimientos con mi gran pasión.


Sin embargo, a pesar de haber encontrado mi pasión a tan temprana edad, decidí no solo quedarme con el básquetbol, sino intentar otra cosa. Por eso mismo y como consecuencia de vivir en uno de los países más futboleros a nivel internacional y con una familia que es ferviente seguidora del futbol, decidí que también habría que intentarlo. Desde muy chica mis actividades de fin de semana se concentraban en ver partidos de fútbol por la televisión, pero fue hasta los 15 años que me inscribí en el equipo de la escuela para “ver qué pasaba”. Ésta, sin duda, fue una de las mejores decisiones que he tomado. Con el fútbol aprendí lo que es ser un líder y a trabajar por lo que se quiere alcanzar, pero también aprendí que uno no siempre recibe la recompensa que cree merecer y que cuando se cree tener todo completamente ganado, en un abrir y cerrar de ojos, las cosas se pueden revertir.


Soy esa mujer que ocupa más espacio de su cajonera y ropero con ropa deportiva que con la casual y, definitivamente, faldas tacones o vestidos; esa mujer que podría tener una televisión solamente con los canales deportivos contratados y con eso sería feliz; esa mujer que la primera sección de noticias que lee es la dedicada a los deportes; soy esa mujer que siempre trae consigo en la cartera una válvula para inflar balones.


Vivo por y para el deporte. No obstante, no he podido disfrutarlo en su totalidad. Estamos en el año 2020 y las mujeres nos seguimos enfrentando a estereotipos, comentarios que menosprecian al deporte femenil, falta de apoyo mediático y comercial, escasez de ejemplos a seguir o falta de credibilidad al llegar a puestos operativos y directivos en el ámbito deportivo. La misma cercanía que he tenido con el deporte desde la perspectiva de espectadora, jugadora, analista, entrenadora y trabajadora, me ha ayudado a darme cuenta de que hay mucho por trabajar en relación con el mismo.


La problemática la encontramos en el sector deportivo desde escuelas con categorías infantiles en donde se sigue haciendo una división respecto a las actividades deportivas en las que pueden o no inscribirse los niños, de acuerdo con su sexo; en el sector amateur es fácil encontrar que existen más torneos, academias de desarrollo y competencias para los atletas varoniles que femeniles; y con los deportistas semi profesionales y, de manera más clara, en el sector profesional vemos que los medios de comunicación rara vez le dan seguimiento a la participación de una atleta en alguna competencia.


Hombres y mujeres no somos iguales; sin embargo, sí merecemos un trato equitativo. Dejemos de fomentar esas enseñanzas que nos dieron en casa de que hay deportes y actividades para cada sexo; podemos y tenemos derecho a llevar a cabo el deporte de nuestro agrado. Basta con apoyar estereotipos sociales respecto a la feminidad que las mujeres atletas debemos mostrar, o la idea de que un hombre atleta debe ser musculoso y cumplir con los estereotipos de masculinidad. Pongámosle un alto a la idea de que los deportes en los que hay participación femenil son aburridos, malos o no valen la pena. Dejemos de cuestionar a las mujeres que llegan a puestos de dirección, sin haber siquiera visto su forma de trabajo. Ya fue suficiente el tolerar que las atletas no reciban el mismo apoyo económico, de material, uniformes, seguimiento y acceso a instalaciones, como lo tiene su contraparte.


Hoy día estamos rodeados de diferentes movimientos sociales que buscan poner a la par a hombres y mujeres; acabar con la supremacía masculina en ámbitos donde debería haber igualdad y equidad con unos frente a otros. Sin embargo, son pocos los movimientos que ha habido en relación con deporte. Me vienen a la mente solo unos cuantos como: Equal Play, Equal Pay de la selección femenil estadounidense de futbol, el movimiento de Fut Sin Género o Blue Women, Men Pink en México, #HerTimeToPlay de la WNBA o algunas campañas publicitarias como la que recientemente sacó Nike de Juntas Imparables.


La equidad de género es un problema al que nos enfrentamos en el día a día y del que, en recientes fechas, se ha hablado con frecuencia y ha habido un progreso que ha influido en diferentes ámbitos de la actividad humana. Sin embargo, parece que muchos se olvidan de su presencia en un sector del que muchas personas somos parte: el deporte.


Esa actividad que forma, enseña, da y quita, tira y levanta, que ha sido clave a nivel mundial para acabar con diferentes brechas sociales, problemas económicos, políticos y sociales, no debería negársele a nadie por ningún motivo; menos aún, por ser mujer.

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